CÓMO DIFERENCIAR UNA ANTIGÜEDAD REAL DE UNA IMITACIÓN

El coleccionismo ha llevado a muchos a tratar de decorar su hogar con piezas antiguas. Así, algunas casas actuales se han convertido en una especie de desván ordenado donde siempre hay sitio para una auténtica antigüedad. En ocasiones, esto sucede por gusto personal y en otras, porque es bien sabido que un mueble antiguo es una inversión con amplias posibilidades de revalorización.

Sin embargo, no todos estamos capacitados para diferenciar las antigüedades de verdad de las imitaciones en el momento de elegir algún mueble u objeto decorativo para nuestra casa. ¿Cómo evitar entonces llevarnos algo carente de valor? Teniendo en cuenta una serie de sencillas pautas, seremos capaces de seleccionar con criterio.

En el momento de analizar una pieza para reconocer su autenticidad hay un conjunto de factores importantes. Entre ellos, destacamos los siguientes: la madera usada para su construcción, sus proporciones y su estilo y, en caso de que el mueble los tenga, las asas o tiradores y los pies.

Las maderas: El color que la madera ha ido adquiriendo a lo largo de los años no sólo lo determina el paso del tiempo, sino también la pátina. Por eso, cuando queramos comprar un mueble antiguo para nuestra casa no buscaremos aquel que tenga el tono más uniforme: hemos de saber que el tinte de una pieza de anticuario en costados, molduras y en la parte de encima variará en función de la manera en que la suciedad se haya depositado en la madera. El caso de la madera no es fácil, por eso conviene saber en qué época se usó cada una de ellas. Las más importantes son las siguientes:

Amboina: se usa a partir del siglo XVIII. Su color es pálido y es similar al nogal.

Arce: de moda en Europa a partir del siglo XIX. Posee también una tonalidad pálida y la encontramos presente, sobre todo, en el mueble americano, tanto en macizo como en chapa.

Caoba: se introdujo en Inglaterra a partir del 1730, pero su origen lo hallamos en Santo Domingo o en Cuba. Las calidades varían, siendo la de color dorado la mejor, si bien destila poca calidad interior. Durante el auge del estilo victoriano se enceraba hasta que adquiría un tono rojizo.

Castaño: se usaba en los muebles provinciales franceses del siglo XVIII. Su cromatismo va del más claro al más oscuro.

Haya: el uso de esta madera marrón claro comienza en el siglo XVII y se ve favorecido por su capacidad sorprendente para no astillarse, siendo muy apreciada en la producción de muebles tapizados.

Nogal: se puso de moda en el periodo de 1660-1690, pero sería en la Inglaterra de 1735 cuando se vio potenciado su empleo. El nogal es el favorito de los muebles macizos. Su evolución fue similar a la caoba, siendo ampliamente importada.

Olivo: esta madera verde amarillenta se usaba principalmente en el XVII en Inglaterra. Su aplicación era básicamente la de chapear entarimados.

Olmo: es de tonalidad marrón y se ha usado para construir muebles de la campiña inglesa y sillas Windsor.

Palisandro: la Regencia inglesa representa su apogeo. Su color se caracteriza por los matices cercanos al negro.

Pino: usado en el siglo XIX para muebles que iban a ser pintados. Se trata de una madera pálida y blanda que servía para forro de cajones, tableros y partes posteriores de muebles.

Roble: predominó en Gran Bretaña desde la Edad Media hasta finales del XVII. Es una madera dura y granulosa.

Satín: se puso de moda entre los fabricantes de cómodas del siglo XVII. El de mejor calidad es amarillento y proviene de las Indias.

Tejo: es de color castaño rojizo y se usó en los contrachapados de los mejores muebles de la Inglaterra de los siglos XVII y XVIII.

Además del color, es importante prestar atención a la construcción y a las proporciones. Por ejemplo, los tableros superiores que conforman los muebles estarán formados por dos o más tablas de madera. Tendrá algunas grietas, resultado de la contracción, algo que se agudiza con las calefacciones. Los cajones, por ejemplo, han de ser examinados con cuidado. Debemos prestar atención personalizada a cada uno de ellos. No hay que olvidar que puede haber piezas sustituidas.

Los revestimientos han de ser de roble o pino. Así, mientras que los del XVII son recios y su grosor es de hasta 2 cm., a partir del XVIII y hasta el XIX pasan a medir 0,5 cm. Las juntas en las que se ensamblan los cajones son bastante rústicas y anchas en el XVII, aunque a partir de ahí ya se fueron aligerando. Los cajones que estaban de moda en el XVII tienen tres ensamblajes con cola de milano. Hay que observarlos con cuidado y cotejar que cada ensamblaje se corresponda en cada cajón para evitar falsificaciones.

En cuanto a los fondos de cajón observaremos que, al igual que con el tablero superior, han de tener grietas. El acabado del fondo en muchas ocasiones no ha sido pulido, excepto en muebles del siglo XIX que ya presentan un débil pulido. Para saber si un mueble fue construido antes del XVII, es importante revisar las guías de los cajones. La espesura de las maderas usadas entonces permitía que los canales fueran cortados en la propia madera, encajando con las guías del armazón. Tras observar los cajones, los tiradores nos dan pistas sobre si el mueble que queremos colocar en nuestro salón es una antigüedad genuina. Los tiradores primitivos se fijaban con una chaveta: una pieza que se introducía por el agujero practicado en el cajón y luego se abría y remachaba para asegurar el tirador. Pero a partir del XVII las asas se empiezan a fijar con tuercas y tornillos.  El resultado de ello es que en la actualidad han acumulado una capa de suciedad y grasa, produciendo una mancha oscura en los bordes y grietas.

Tras haber visto los cajones, conviene fijarse en el armazón que los sostiene. La parte inferior de un mueble antiguo de verdad ha de estar siempre seca y parecer mal acabada. También debería poseer alguna grieta, propia de la evolución natural de la madera. La parte posterior no tiene que estar pulida necesariamente. Generalmente, estos muebles estaban diseñados para ser apoyados contra la pared, por eso no se molestaban en pulirlos.

Suelen constar de tres o cuatro tableros, a veces rústicamente clavados en los bordes. Sin embargo, cuando el mueble pertenece a la segunda mitad del XVIII, es posible que el acabado esté mejor cuidado aun teniendo, eso sí, cuarterones sin pulimentar. Para garantizar la antigüedad de la pieza hay que tener en cuenta que los clavos pueden tener distintos tamaños.

Los muebles que tienen pies nos dan grandes pistas para datarlos y confirmar su antigüedad. Aquellos que presentan pies de bola aplanada, son muebles de finales del siglo XVII y comienzos del XVIII. Aun así, es muy difícil que los pies sean originales y en el 95% de las ocasiones han sido sustituidos. Aún así, si ha tenido otro tipo de pies, como los de ménsula, las marcas nos lo dirían. Los pies en ménsula, por su parte, fueron comunes desde inicios del siglo XVIII hasta bien entrado el XIX. Aproximadamente, la mitad de los pies conservados en mueble antiguo son de ménsula.

Esta guia me llego via mail y la puse acá para que los interesados puedan interiorizarse sobre el tema en cuestión.

Autor: FARADAGA