Se denomina loza a la cerámica que no ha sido cocida a temperaturas suficientemente altas para alcanzar el punto de vitrificación, lo cual le da una calidad porosa, muy poco idónea para contener líquidos puesto que los irá rezumando hasta vaciarse. Esta característica de la loza solamente puede ser útil cuando se pretende mantener un líquido a baja temperatura ya que el líquido rezumando se evapora y enfría el agua que queda en el interior. Sin embargo, el tratamiento normal de la loza, después del primer horneado, consiste en cubrir cada pieza con una mezcla de agua y vidrio pulverizado para someterla luego a un segundo horneado, durante el cual, las finas partículas de vidrio se fundirán formando un recubrimiento, una cubierta homogénea de la superficie porosa. Otro tratamiento muy común es el barnizado, que responde a dos tipos básicos: el de plomo y el de estaño. El primero presta a la pieza un color cremoso y el segundo dará el color blanco, que suele ser el más corriente y el que sirve de fondo a la loza decorada. La pieza de cerámica más antigua que se conoce y que fue descubierta en Catalhuyuk (Turquía) puede tener unos 9000 años y responde a las características de loza en crudo, es decir; sin el segundo horneado. La llamada loza dorada fue una innovación islámica que se extendió a España a través de los ceramistas árabes de Málaga y Manises. La calidad metálica y brillante de este tipo de cerámica se conseguía aplicando una solución (que mantenía en suspensión finísimo polvo de oro, plata o cobre) a la pieza ya cocida y barnizada. Mediante un nuevo horneado, el oro daba un matiz púrpura, la plata un amarillo pajizo y el cobre variaba del amarillo limón a un marrón dorado.
Autor: MISCELANEAS-DE-AYER